Hace unos días viví la increíble experiencia de ir a Wirikuta, el lugar sagrado donde nació el Sol y donde se siente la vibración de Kauyumari. Fue un viaje que llegó sincronizado con lo que pasa en mi vida, una travesía que me ayudó a entender muchas cosas por las que tenemos que pasar para madurar. La ceremonia fue lo más intenso que he vivido, la energía y el Hikuri comido (no fue mucho pero lo suficiente para hacerme entender cosas) hicieron una mezcla que me dieron una tranquilidad que hace mucho no sentía. Expresarme y sacar cosas atoradas fue revitalizante para mi ser y mi magnífico futuro.
Podría explicar el proceso ceremonial, pero prefiero hacerlo en otro post. Lo que quiero compartir es una definición que saco de esta experiencia: Podemos tener un amor por lo que nos rodea, podemos amar lo que hacemos y también podemos amar a otros, pero todo ese amor no puede comprenderse si no sale desde adentro, es decir del amor por nosotros mismos. Si danzamos con alegría por este mundo, podemos lograr que otros también dancen. Así seremos una sola vibración que danza por un bien común.