Casi daban las cuatro de la tarde cuando el pequeño niño se disponía a jugar tras haber terminado la tarea.
¡Man-za-na po-dri-da 1-2-3 sa-li-da! Decía el chico con entusiasmo antes de sacar a sus contrincantes, sin saber que al último, él tendría que recogerse las mangas para encontrar a los demás.
Corre, busca, arrástrate, sube la barda, mira a todos lados, no dudes en registrar cada rincón, pensaba el niño mientras corría bajo el Sol para examinar hasta las más pequeñas rendijas donde algún niño podría esconderse.
Como para cualquier otro chiquillo, la posibilidad de llegar a casa limpio después de una búsqueda similar a las que hace el FBI para encontrar a alguien muerto era casi imposible.
Para llegar a casa, el rapaz junto con sus cómplices gustaban de pasar por un estrecho camino donde se encontraba la puerta trasera de un teatro y donde generalmente hacían disgustar al encargado porque siempre se dejaban secando los kimonos de la obra que se presentaba.
¡Escuincles del demonio! ¡¿Por qué no pasan por otro lado?! ¡Están ensuciando el vestuario! Gritaba el encargado mientras veía alejarse a los diablillos que llevaban carcajadas consigo.
Obviamente la pandilla no se fijaba en lo que pasaba, sólo se burlaban de la desgracia al ver lo acontecido.
Pero la hora tan temida había llegado para aquel niño, tenía que llegar a casa todo sucio después de una jornada intensa de juego.
Llegó a casa y entró de puntitas, pasó por la estancia, se dispuso a subir la escalera, ya casi la iba a librar, cuando de pronto se escuchó un fuerte grito que para el niño provenía del más oscuro cuento que haya leído, ¡Ay! ¡Pero mira nada más como dejaste la escalera! El niño volteó desde la cima de la escalera como no queriendo ver los ojos de su madre disgustada que se encontraba abajo. ¡Y también fíjate cómo vienes, estás todo lleno de lodo! ¡Quítate rápido esa ropa, ponte la pijama y baja a cenar!
No terminaba de regañar a su hijo cuando se escuchó la puerta de la entrada que estaba detrás de ella. Era su esposo que llegaba de su partido de futbol, estaba todo mojado y sucio. La mujer volteó a verlo y dijo, ¡Y tú también ve nada más cómo vienes, pareces niño chiquito! En ese momento el padre volteó a ver a su hijo, le guiñó el ojo y ambos sonrieron.
Las ropa sucia se lava en casa (ejercicio haikú)
September 8, 2008 by fito
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